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Los maderos de san juan
¡Aserrín! ¡Aserrán!
Los maderos de San Juan, piden queso, piden pan, los de Roque alfandoque, los de Rique alfeñique ¡Los de triqui, triqui, tran!
Y en las rodillas duras y firmes de la Abuela, con movimiento rítmico se balancea el niño y ambos agitados y trémulos están; la abuela le sonríe con maternal cariño, más cruza por su espíritu como un temor extraño, por lo que en lo futuro, de angustia y desengaño los días ignorados del nieto guardarán.
Los maderos de San Juan piden queso, piden pan. ¡Triqui, triqui, triqui, tran!
Esas arrugas hondas recuerdan una historia de sufrimientos largos y silenciosa angustia y sus cabellos, blancos, como la nieve, están.
De un gran dolor el sello marcó la frente mustia y son sus ojos turbios espejos que empañaron los años, y que a tiempos, las formas reflejaron de cosas y seres que nunca volverán.
Los de Roque, alfandoque ¡Triqui, triqui, triqui, tran!
Mañana cuando duerma la Anciana, yerta y muda, lejos del mundo vivo, bajo la oscura tierra, donde otros, en la sombra, desde hace tiempo están, del nieto a la memoria, con grave son que encierra todo el poema triste de la remota infancia cruzando por las sombras del tiempo y la distancia, ¡de aquella voz querida las notas vibrarán!
Los de Rique, alfeñique ¡Triqui, triqui, triqui, tran!
Y en tanto en las rodillas cansadas de la Abuela con movimiento rítmico se balancea el niño y ambos conmovidos y trémulos están, la Abuela se sonríe con maternal cariño, más cruza por su espíritu como un temor extraño, por lo que en lo futuro, de angustia y desengaño los días ignorados del nieto guardarán.
¡Aserrín! ¡Aserrán!
Los maderos de San Juan piden queso, piden pan, los de Roque alfandoque, los de Rique alfeñique ¡triqui, triqui, triqui, tran! ¡triqui, triqui, triqui, tran!
José Asunción Silva
Cuando enferma, la niña todavía salió cierta mañana y recorrió, con inseguro paso, la vecina montaña, trajo, entre un ramo de silvestres flores oculta, una crisálida, que en su aposento colocó, muy cerca de la camita blanca...
Unos días después, en el momento en que ella expiraba, todos la veían, con los ojos nublados por las lágrimas, en el instante en que murió, sentimos leve rumor de alas y vimos escapar, tender al vuelo por la antigua ventana que da sobre el jardín, una pequeña mariposa dorada...
La prisión, ya vacía, del insecto busqué con vista rápida; al verla vi de la difunta niña, la frente mustia y pálida, y pensé, ¿si al dejar su cárcel triste, la mariposa alada, la luz encuentra y el espacio inmenso, y las campestres auras?
Al dejar la prisión que las encierra, ¿qué encontrarán las almas?
José Asunción Silva
Crisálidas